Las personas afectadas por un Ictus presentan no sólo síntomas físicos sino también psicológicos, es decir, una limitación de sus capacidades funcionales.
Reyes Valdés Pacheco
Psicóloga de Ictus Sevilla
Nosotros vamos a centrarnos en las secuelas psicológicas más frecuentes que pueden aparecer tras sufrir un Ictus. Estas secuelas no suelen ser las prioritarias a la hora de implantar un tratamiento a seguir y su consecuente rehabilitación, ya que se da prioridad a las secuelas físicas, pero hay que dejar claro que la intervención sobre estos aspectos es fundamental porque pueden ser incluso más disfuncionales que las físicas, y no solo para la persona afectada sino también para su entorno más cercano.
Las alteraciones psicopatológicas y conductuales que aparecen de forma más frecuente tras la aparición de un Ictus son:
- Depresión y/o ansiedad: estos síntomas pueden deberse no sólo a el sufrimiento por la situación sobrevenida y la perdida de capacidades con las consecuentes limitaciones, sino también a propio daño cerebral.
- Irritabilidad y agresividad: se pueden manifestar tanto verbal como físicamente. Ante las frustraciones diarias la persona no es capaz de gestionarlas.
- Apatía: la persona presenta una gran desmotivación a nivel general para hacer las cosas que ante le resultaban gratificantes, incluso las tareas diarias. Normalmente no son capaces de poner en marcha actividades de forma voluntaria, aunque si pueden hacerlo si se lo propone otra persona, sin presentar en muchas ocasiones demasiado interés. Muestran una incapacidad para organizar y gestionar las actividades cotidianas.
- Fatiga: es un nivel de cansancio mayor ante un menor esfuerzo físico y/o mental. Esa falta de energía suele acompañarse de desmotivación. Esta fatiga también puede producirse como respuesta al estrés emocional que le producen determinadas situaciones.
- Anosognosia: es la falta de conciencia sobre la situación que le ha producido el Ictus y sus consecuencias.
- Incontinencia emocional: es la dificultad para regular y expresar las propias emociones. Suelen ser respuestas inadecuadas tanto en frecuencia como en intensidad y duración. También se dan cambios emocionales ante un mismo estímulo o la emoción no es coherente con la situación que está viviendo.
- Egocentrismo: no son capaces de reconocer las emociones de los demás de una forma funcional. Tienden a priorizar sus propias necesidades queriendo incluso imponerlas.
- Baja tolerancia a la frustración: cuando la persona vivencia un fracaso ante una tarea determinada, la respuesta es llanto enfado o temor.
- Rigidez de pensamiento: la persona es incapaz de modificar los planes que haya hecho, aunque las circunstancias varíen. Esta incapacidad es debida a un déficit en el sistema planificador de acciones, normalmente con una reducción de la incapacidad de la memoria de trabajo.
- Desinhibición: pueden presentar comportamientos que no son adecuados a las normas sociales. La persona no controla sus propios impulsos y además no le importan las consecuencias de estos.
- Infantilismo: la persona presenta un comportamiento más propio de los niños, caracterizándose por irresponsabilidad e ingenuidad.
- Delirios:se producen rápidos cambios del estado mental, en el que se pasa de la lucidez a la confusión a través de pensamientos incoherentes, alucinaciones o ideas extrañas.
Todos estos aspectos pueden generar alteraciones de conducta y hacer la convivencia familiar muy difícil. Por lo que es imprescindible definir el tratamiento y abordar la situación conjuntamente paciente y familia. En algunos casos, también será necesaria la intervención médica a nivel farmacológico.